Zenón de Somodevilla y Bengoechea nació en el pueblo de Hervías (La Rioja) el 20 de abril de 1702, dentro de una familia de hidalgos con escaso poder económico. A pesar de todo, por sus esfuerzos en el estudio logró un trabajo en 1720 como escribiente en una compañía naviera de Cádiz, y allí llamó la atención de José Patiño, brazo derecho del rey Felipe V y por entonces intendente general de Marina (es decir, ministro de Marina), durante una visita al arsenal de Cádiz, quien decidió llevárselo a Madrid ese mismo año.
En la capital, Zenón, con aplicación, fue escalando peldaños dentro de la estructura administrativa, participando además como oficial de Marina en distintos hechos bélicos, como la conquista de Orán (1732), o en las guerras italianas que dieron lugar a que el infante Carlos consiguiera el trono de Nápoles, de tal forma que el propio Carlos le recomendó al rey para un marquesado, recibiendo en 1736 el nombramiento real como marqués de La Ensenada, siendo el primero de ellos (a día de hoy, va por el IX marqués de La Ensenada), y que es el nombre por el que se le conoce universalmente, quedando sus auténticos apellidos arrinconados en la historia.
A la muerte de Patiño (1743), el rey no tardó en llamarlo para nombrarle secretario, o lo que es lo mismo, en el lenguaje de hoy, ministro, iniciando una carrera política que le llevó a estar en el cogollo del poder durante el reinado de tres reyes: Felipe V, Fernando VI y Carlos III, desde 1743 hasta 1766, desempeñando diversas secretarías, como la de Hacienda y Finanzas, la de Marina e Indias, la de Guerra, y la de Estado, algunas de ellas a la vez, amén de otros cargos, como Notario de los Reinos de España, lugarteniente general del Almirantazgo, etc., etc. Durante su labor, se hizo notar por las políticas de reforma (el reformismo borbónico) en pro del fortalecimiento del ejército y la marina, pues preveía una inevitable colisión bélica con Gran Bretaña a causa de los distintos intereses coloniales que ambas potencias tenían. Para lograr ese esfuerzo, tenía que darse un impulso a la economía española, lo que motivó más reformas en el sistema fiscal, en la realización de productos, en la simplificación de la administración hacendística, en la potenciación del comercio colonial con América, en la construcción de los tres grandes arsenales españoles: Cartagena, Ferrol y San Fernando, en la creación de caminos y canales, fábricas, etc., es decir, intentó potenciar el fomento de la riqueza del país y el fortalecimiento del poder real, en sintonía con la ideología del despotismo ilustrado del momento.
Dentro de estas medidas, no hay que olvidar su decisión de enviar un “espía industrial” a Gran Bretaña. Ensenada era consciente de que la flota española estaba algo anticuada, y eso le motivó a enviar a Jorge Juan a las islas del norte, para que descubriera y desentrañara las nuevas técnicas navales inglesas, cometido que el sabio español realizó a plena satisfacción.
Fruto de todo lo averiguado por el noveldense y de los técnicos que trajo consigo fue que la Armada española consiguió tener una preeminencia de facto en el Atlántico hasta la batalla de Trafalgar. Pero a Ensenada, debido a su destacada posición en la Corte, nunca le faltaron enemigos, y en 1754, por una acción combinada de las protestas inglesas llevadas a cabo por su embajador, las quejas de todos los nobles y hacendados dañados por sus reformas fiscales y catastrales, y una intriga de palacio pergeñada por Ricardo Wall, el secretario de Estado que ocupaba ese cargo desde ese mismo año de 1754, fue destituido por el rey Fernando VI de todos sus cargos y desterrado a Granada, donde por cierto recibió las visitas de su amigo Jorge Juan. En 1757 se le permitió mover su destierro a El Puerto de Santa María (Cádiz).
Solo la llegada de un nuevo rey, Carlos III, le permitió regresar a la política (1760), aunque este monarca no hizo mucho caso a sus propuestas y consejos. De todas formas, fue uno de los damnificados por el Motín de Esquilache. Se le hizo parecer implicado en la conjura del motín, y el rey le desposeyó (1766) de sus cargos, volviendo a ser desterrado, esta vez a Medina del Campo (Valladolid), donde falleció el 2 de diciembre de 1781, en un exilio más duro que el anterior, mientras que en la Corte sus enemigos se referían a él como el “En sí nada”.
Fue un hombre de carácter activo, enérgico, muy inteligente y hábil para detectar talentos que le ayudasen en sus proyectos. Aunque seguidor de un horario estricto de trabajo, también era dado al lujo, el esplendor y las fiestas galantes, de las que de alguna manera se servía para tantear el ambiente político. Jamás se casó, aunque tuvo muchos amigos sinceros que no le abandonaron en sus épocas de desgracia.
Como tantos otros, muertos en la indiferencia, tuvieron que pasar los años para que se le reconociera su valía. En 1869 sus restos mortales fueron trasladados al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.