Carlos III, apodado “el Mejor Alcalde de Madrid”, fue rey de España desde 1759 hasta 1788. Fue hijo de Felipe V y su segunda esposa, la reina Isabel de Parma o de Farnesio, y sucedió en el trono hispano a su hermanastro Fernando VI, fallecido sin dejar hijos. Carlos III llegó a la corona española con una amplia experiencia en el gobierno, pues entre 1731 y 1735 fue duque de Parma y Piacenza (estados italianos que heredó de su madre Isabel de Parma, duquesa de Parma). Además, como consecuencia de las “guerras italianas” iniciadas por su padre en el contexto de la guerra europea conocida como “Guerra de Sucesión Polaca” entre 1733-1738, las tropas españolas conquistaron los reinos de Nápoles y de Sicilia, que pasaron a ser gobernadas por Carlos desde 1734 y 1735 respectivamente. Al ser nombrado monarca de España abdicó de sus reinos italianos en su hijo Fernando, pero todas las experiencias de sus ya largos reinados le habían proveído de un amplio conocimiento en materia de gobierno. No es de extrañar, por tanto, que haya sido el rey borbónico más querido por el pueblo español y que recibiera el apodo ya señalado anteriormente.
Carlos III es el ejemplo español más acabado del despotismo ilustrado, es decir, del programa de gobierno empeñado en suscitar una existencia más favorable de los pueblos gobernados, favoreciendo el desarrollo de la economía, la justicia y la educación guiadas por la razón, pero todo desde un discurso paternalista, concretado en el lema “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, pues no hay que olvidar que se vivía en la época del Antiguo Régimen y las monarquías absolutas.
En política interior, Carlos III estuvo rodeado de colaboradores que le ayudaron en su labor reformadora, como Aranda, Campomanes, Esquilache, Floridablanca y otros. Entre su actuación, destaca la expulsión de los jesuitas del reino, debido a su excesiva riqueza y al control que tenían de la política eclesiástica española, además de su intervención en la resistencia habida en el asunto de las reducciones y misiones guaraníes en Paraguay (tema tratado en la película “La misión”); la creación de la Lotería Nacional en 1763; el apoyo a las universidades; la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País (desde 1764); la repoblación de Sierra Morena con colonos alemanes y de Flandes, la reorganización del ejército, las actuaciones para hacer canales de
riego, caminos reales, industrias de porcelana y vidrio; la creación del Banco Nacional de San Carlos en 1782, que tras diversos avatares ha llegado hasta la actualidad como el “Banco de España”; y la modernización, adecentamiento y embellecimiento de la capital de España, hasta entonces poco más que un pueblo grande, adoquinándolo, construyendo alcantarillas, un Jardín Botánico, la Puerta de Alcalá, las fuentes de Cibeles y de Neptuno, el Museo del Prado (pero como un museo de Historia Natural, no de Arte), creando un servicio de recogida de basuras, de alumbrado nocturno, de asilos para los mendigos y sintechos, etc.
Esta política, no obstante, encontró alguna resistencia, concretada en el Motín de Esquilache (1766), que con la excusa de rechazar la orden real de acortar las capas largas por otras cortas, y cambiar el chambergo o sombrero de ala larga por otro de tres picos o de ala corta que permitiera ver la cara de los sujetos, promovió una serie de revueltas populares azuzadas por los nobles y políticos opuestos a Esquilache, alborotos que finalmente ocasionaron la destitución del mismo como secretario de Hacienda. En realidad fue una más de las periódicas “revueltas del pan” originadas por las recurrentes crisis de subsistencias a causa de las malas cosechas, solo que esta vez fue aprovechada por los enemigos de Esquilache -usando la pretendida ofensa al honor español causada por el recorte de capas y sombreros- como excusa y chispa para prender y darle cuerpo a los levantamientos populares.
En política exterior, al contrario que el reinado anterior, España participó desde 1761 como aliada de Francia, en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), enfrentándose en América y Filipinas con Gran Bretaña. También ayudó a los nacientes Estados Unidos de América en su lucha por la independencia, dándole dinero, armas y víveres desde 1776, y con tropas desde 1779 hasta que Gran Bretaña pidió la paz en 1783.
En lo personal, fue una persona muy frugal en la alimentación, con escasa aptitud para la música, y bastante querencioso a sus metódicos hábitos de trabajo atendiendo a los negocios de estado, encontrando sus únicos momentos de diversión practicando la caza en los bosques que rodeaban los palacios reales distribuidos por la actual provincia de Madrid.
Casó en 1738, en Nápoles, con María Amalia de Sajonia, con quien tuvo 13 hijos, todos nacidos en Italia, entre ellos su sucesor Carlos IV de España. De hábitos muy monógamos, nunca se les conocieron infidelidades, y estaban tan unidos y compenetrados que, a la muerte de la reina en 1760, Carlos III comentó: “En 22 años de matrimonio, este es el primer disgusto serio que me ha dado Amalia”.
Como curiosidad, Carlos tuvo un numeral distinto en cada uno de los estados que gobernó:
● Como duque soberano de Parma y Piacenza (1731-1735) fue Carlos I.
● Como rey de Nápoles (1734-1759) fue Carlos VII.
● Como rey de Sicilia (1735-1759) fue Carlos V.
● Y como rey de España (1759-1788) fue Carlos III.
Fue él quien declaró la Marcha Granadera como marcha de honor estatal, pasando a ser de facto desde entonces el himno nacional de España hasta la actualidad, así como también fue el responsable de adoptar la bandera rojigualda como bandera española, hasta entonces un simple pabellón usado solo por la marina de guerra española. Durante su mandato en el reino de Nápoles fue quien inició las excavaciones arqueológicas de Pompeya y Herculano, fundando la Academia Ercolanese para salvaguardar todo lo rescatado en las excavaciones.
Falleció el 14 de diciembre de 1788 en Madrid, siendo enterrado, como su padre y sus hermanastros reyes, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial.