Breve Semblanza de Jorge Juan
Conferencia ofrecida por Francisco Segura La Cruz, Capitán de Navío27 de Noviembre de 1995 en la Casa Modernista de Novelda
Señoras, señores, queridos amigos y paisanos, muy buenas noches, » bona nit Quiero que mis primeras palabras sean para expresar mi agradecimiento a nuestra alcaldesa y al Ayuntamiento que preside, así como a la Comisión creada para conmemorar el 250 aniversario del regreso de América de la expedición científica llevada a cabo por nuestro ilustre paisano Jorge Juan, por haberme invitado a participar en los actos que se están celebrando estos días en su honor. Mi agradecimiento también a mi presentador y amigo don Manuel Torregrosa, por haberse brindado a abrir el fuego en esta conferencia con unas palabras que exceden en mucho a lo que suele ser cortesía casi obligada en estas circunstancias. He de confesarles que mi primera respuesta a la invitación recibida fue de rechazo, entre otros motivos, por no considerarme capacitado, y lo digo sin falsa modestia, para desarrollar ningún tema de la forma que se merece el personaje al que estamos homenajeando. Pero inmediatamente después, el hecho de ser nacido en Novelda como él y, sobre todo, haber tenido la misma vocación profesional de Oficial de la Armada, me hicieron cambiar de opinión hasta ver las cosas de forma distinta, y pensar que al aceptar sería perdonable mi atrevimiento, porque en realidad se trata de participar en el homenaje que se le rinde a un compañero de armas, aunque me separen de él infinitas cosas, más de dos siglos de historia y unas circunstancias totalmente diferentes en las que transcurrió nuestra carrera militar. Pecaría de ingenuo si creyera que las palabras que les voy a dirigir les iban a sacar de la ignorancia de lo sucedido hace tantos años, porque se ha dicho y escrito tantísimo y se ha investigado con tal profundidad en la historia, que apenas queda nada por descubrir ni que pueda llenarnos de asombro. Por eso, lo único que pretendo esta noche, r • »y me daré por muy satisfecho si lo pudiera conseguir, es darles unas pinceladas de la vida de Jorge Juan, bastante conocida por todos ustedes, con unas palabras que les ayuden a entrar como en calor y a disponerles mejor para escuchar a los brillantes coní’e r encian tes que disertarán estos próximos días sobre facetas interesantísimas ele . la vida de nuestro insigne paisano. Quizá les pueda ayudar también a crear ese clima de preparación, si durante la narración de los hechos que les iré comentando, procuraran comparar lo que hizo Jorge Juan con lo que realizamos nosotros a su misma edad, pero teniendo siempre pre.se para no caer en el profundo pesimismo, que fuimos y somos personas totalmente normales, y el resultado de la comparación efectuada: en esas condiciones, nos ayudará a darnos mejor cuenta de la calidad humana y de las múltiples cualidades excepcionales que adornaron la persona de nuestro singular marino. Sin embargo, antes de entrar en consideraciones sobre su vida, y para no caer en el fácil error a la hora de valorarla, será conveniente que también tengamos en cuenta edrno era la situación de España en aquellos años, así como el entorno en que se movían los españoles, por ser ésta la única forma de poder llegar a juicios y conclusiones que puedan ser acertados. Dichas estas consideraciones a manera de preámbulo, me van a permitir que por unos instantes les refiera el temor con qué me he presentado hace pocos momentos en esta sala, pues no dejaba de pensar que, a pesar de haber sido anunciada debidamente la conferencia, me podría ocurrir lo mismo que le sucedió a un compañero, que me aventajaba en todo y también en edad, hace bastantes años en Rio de Janeiro. Mi compañero fue i invitado por la Marina de aquella nación a dar una conferencia que, a juzgar por sus conocimientos, debió versar sobre historia naval. Este se presentó con .la debida antelación en la sala de conferencias y a la hora de dar comienzo el número de asistentes, incluidos los propios organizadores, se podía contar con los dedos de la mano. Así pues, esperaron unos minutos de cortesía por los posibles rezagados, añadieron otros de propina y allí no se presentó nadifi. más. En vista de lo cual, decidieron que empezara la conferencia,aunque tuviera carácter familiar por el escaso número de asistentes. Ni que’ decir tiene que nuestro conferenciante se sintió descorazonado por la falta de público, pero aquella contrariedad ..apenas hizo impacto en su estado de ánimo y empezó su charla, que estoy seguro , que como todas las suyas, sería muy interesante. Pero cuando ya estaba terminando empezó a llegar público^ que fue ocupando silenciosamente los asientos de la sala, cosa que produjo gran satisfacción a nuestro amigo, quien pensó aquello que dice : » más vale tarde que nunca «, y al dar por terminadas^ muy poco después,, sus palabras, la sala estaba totalmente abarrotada de público. De ahí que al comentar con los organizadores lo sucedido, les dijeraen tono de humor, y también para desahogar un poco su estado de ánimo, » Los españoles tenemos justa fama de no ser puntuales, pero he podido comprobar esta noche que los brasileños no nos andan muy a la zaga «, a lo que le contestó el organizador del acto : » Perdone, excelencia, pero ese público de que nos habla no ha venido para asistir a su conferencia, sino a la que tendrá lugar a continuación de la suya «, palabras que hundieron todavía más a mi compañero. Por eso, para evitar que me pudiera ocurrir otro tanto, estuve tentado de venir acompañado de un buen grupo de amigos, pero desistí de hacerlo al confiar en todos ustedes, que también lo son, que estarían dispuestos a correr el riesgo de aburrirse asistiendo a la conferencia, porque me han asegurado que no hay otra después de la mía, y si se encuentrah aquí, es sólo por mi culpa. Pero volvamos de Brasil para seguir con lo nuestro. Cuando Jorge Juan vino al mundo estaba finalizando la guerra de Sucesión, que con ella se produjo la pérdida de nuestras posesiones en Europa. Nuestra Marina contaba con muy pocos barcEOs que resultaban totalmente insuficientes para proteger nuentros intereses nacionales, tanto en la Península como en tierras de América, y la dispersión obligada a lo largo y ancho de tantos mares, hacían todavía más acentuada nuestra debilidad naval. El lamentable estado de la Marina de entonces lo podemos resumir en breves palabras : pocos barcos, desplegados por todos los mares, mal pertrechados y pésimamente apoyados en tierra por falta de arsenales. De ahí que el Intendente general del Ejército y de la Marina, José Patiño, tomara las medidas pertinentes para sacar la Marina del lamentable estado en que se encontraba. Para que se puedan dar idea de las consecuencias de esta situación, les recordaré que durante la mencionada guerra de Sucesión, el Rey Felipe V se vió en la necesidad de solicitar ayuda de Francia para proteger nuestro tráfico marítimo con América, que tan vital nos era, y el coste que tuvimos que pagar por este servicio hubiera bastado para construir setenta barcos para nuestra reducida flota, que sólo contaba con unos cincuenta, la mayoría de los cuales se encontraba en mal estado. Esta era la situación, en líneas generales, cuando Novelda le dió la bienvenida a Jorge Juan, que por pronto fallecimiento de su padre^quedó al cuidado de sus tíos y tutores Antonio y Cipriano Juan Canicio. Estudió primeramente en Alicante, luego en Zaragoza, y a los doce años marchó a Malta, de cuyo Maestre fue paje, hasta regresar a España a los dieciseis años para ser admitido en la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, lo que es hoy la Escuela Naval Militar de Marín, cosa que hizo un año más tarde por falta entonces de vacante. Podríamos decir que este hecho fue decisivo y determinante para el noveldense, que a partir de entonces fue el que marcó los derroteros por los que transcurriría su ajetreada vida. En la Compañía de Guardias Marinas estudió las asignaturas preceptivas destacando en todas ellas, y de forma especial en aritmética, geometría , trigonometría y navegación, ^y en atención a su elevada inteligencia y capacidad, a poco estuvo de obtener el galón de brigadier que se concede a los Guardias Marinas que destacan en todas las diciplinas, pero sí consiguió el cariñoso sobrenombre de Euclides por parte de sus compañeros. En la sala de estudio de la Escuela Naval Militar de Marín se conservaba, al menos hace unos cincuenta años, un trozo de pizarra enmarcado en forma oc.togonal, si mal no recuerdo, que utilizó Jorge Juan para sus estudios. Desconozco si la Dirección de la Escuela pretendía que la pizarra sirviera a los Guardias Marinas de entonces a que siguiéramos las huellas dejadas por nuestro ilustre marino, pero mucho me temo, a juzgar por los resultados alcanzados por nuestra generación, que no le habrán hecho sentirse tan orgullosa como lo estuvo con nuestro antepasado. Los periodos de prácticas de navegación y de maniobra, que hoy se realizan a bordo del buque escuela Juan Sebastián de Elcano y luego en buques de la Flota, y anteriormente, hace machos años, en la Fragata Asturias, los efectuó en diversos barcos, teniendo asi la oportunidad de participar en la reconquista de Orán y en otros hechos navales, cayendo gravemente enfermo en uno de los periodos de embarque a causa de la putrefacción del agua potable y de los alimentos, salvando milagrosamente la vida por entrar el barco en el puerto de Málaga. A la edad de veintiún años se incorporó de nuevo a la Compañía de Guardias Marinas para proseguir sus estudios y fue seleccionado para formar parte de la expedición organizada por la Academia de Ciencias de París, a iniciativa del Rey de Francia Luis XV, con el fin de resolver un problema entonces apasionante : determinar la forma y dimensiones de la Tierra. Se trataba de medir un arco de meridiano en la región polar y otro en las proximidades del ecuador, y de su comparación, averiguar si se trataba de una esfera, caso de ser iguales, o de un elipsoide, y en este caso, ver cuál de los dos ejes era el aplanado, ya que había dos teorías dispares y ganó la que defendía el achatamiento en los polos. La primera medición la efectuaron los franceses en tierras de Laponia, y para la segunda eligieron las tierras españolas de Ecuador, por lo que el monarca francés solicitó la debida autorización a Felipe V, quien dispuso que fueran elegidas las dos personas más idóneas para que participaran en dicha comisión, y que no sólo reunieran condiciones de buena educación, sino que además estuvieran perfectamente capacitadas para realizar los trabajos con total independencia de los franceses, y que los pudieran llevar a feliz término, aun en el caso de que estos dejaran de finalizar los cálculos previstos. El nombramiento recayó en los Guardias Marinas Jorge Juan, de veintidós años, y de Antonio de Ulloa, de diecinueve, por lo que , para no herir la dignidad de los académicos franceses, cuyas edades oscilaban entre los treinta y treinta y siete años, y para revestirlos de una mayor respetabilidad, fueron ascendidos al empleo de Tenientes de Navio, sin pasar por los intermedios de Alférez de Fragata, Alférez de Navio y Teniente de Fragata, graduación esta última que no existe en la actualidad. Me atrevo a suponer que, al hablarles de graduaciones militares propias de la Marina, pudiera haber alguien que desconociera el grado militar que significan, cosa de lo más natural cuando no se ha vivido en un lugar de ambiente naval, y aun así, reconozco que dichas graduaciones pueden llevar muchas veces a la confusión a más de uno. A modo de ejemplo, y para su conocimiento y tranquilidad, les voy a referir lo que le ocurrió a un joven de tierra adentro que prestó el servicio militar en la Marina. Al terminar el periodo de instrucción donde se les enseña, entre otras cosas, las graduaciones y su significado, el muchacho fue destinado a una dependencia de Mí<ina en tierra. Sus padres, cosa de lo más natural, deseosos de saber lo más posible acerca del destino de su hijo, le sometieron a una serie de preguntas. Me imagino que su madre se interesaría por la comida, si pasaba frío y necesitaba alguna manta, etc.y su padre por la categoría militar de su jefe, y el muchacho, hecho un verdadero lío, les dijo lo siguiente : » Todavía no he conseguido aclararme, porque el superior que tengo es Capitán, pero todos le llaman Comandante, y sin embargo es Teniente Coronel, cosa que era absolutamente cierta, porque su jefe era Capitán de Fragata, a quien en la Marina se le llama Comandante, y su categoría militar equivalente a la de los otros ejércitos, es la de Teniente Coronel. Lo que ya no les puedo asegurar es, si cuando le llegó al muchacho la hora de licenciarse, había conseguido salir del desconcierto mental en que se encontraba, o continuaba sumido en la perplejidad. Cualquiera de las dos posibilidades me parecería de lo más normal. Pero sigamos con lo nuestro. Los dos jovencísimos, barbilampiños y flamantes oficiales, estrenando uniforme y distintivos, que en la moda actual hubieran hecho supóner que se trataba de dos niños un poco mayores que hacían la primera comunión, partieron para América en buques distintos y se dirigieron a Cartagena de Indias, puerto de reunión previsto con los científicos franceses. De allí se trasladaron a Quito, a donde llegaron un año más tarde después de un accidentado viaje, para dar comienzo las mediciones y observaciones que duraron nueve años. Sin entrar en detalles sobre la precisión de las medidas realizadas, podemos decir que los errores cometidos fueron muy pequeños, teniendo Qvi cuenta la tosquedad de los instrumentos entonces existentes, como se ha podido comprobar de su comparación con los obtenidos a principios de este siglo. Pero cuando llevaban tres años de campaña científica comenzó la guerra con Inglaterra y fueron requeridos por el Virrey del Perú, Marqués de Villagarcía, para que abandonaran sus investigaciones y se incorporaran a la actividad militar, y dirigieran la defensa de la costa que se encontraba amenazada por la flota británica, la defensa de los puertos de Callao y Guayaquil, armaran dos fragatas con las que impedir la llegada de refuerzos al almirante inglés Anson y exploraran, además, la isla de Juan Fernández donde se guarnecían los piratas ingleses. Jorge Juan y Antonio de Ulloa llevaron a cabo felizmente las misiones encomendadas, y las de mar, las realizó Jorge Juan al mano de la fragata » Nuestra Señora de Belén «, y al tener la certeza de la desaparición del peligro en aquellas aguas, volvieron a Quito para proseguir sus investigaciones, a pesar de que todos los científicos franceses menos uno, habían dado por terminadas las mediciones y regresado a Francia. Y a finales de 1.744, una vez terminados los cálculos, y por considerarlos satisfactorios, Jorge Juan y Antonio de Ulloa emprendieron el viaje de regreso a España para dar cuenta de la comisión desempeñada, y tomaron la lógica precaución de hacer el viaje por separado para evitar que pudieran perderse los cálculos efectuados en caso de naufragio o de apresamiento del buque. Después de un viaje lleno de peripecias e incidentes propios de aquellos tiempos, Jorge Juan llegó casi un año después a Brest, y desde allí se trasladó a París para exponer sus trabajos en la Real Academia de Ciencias, siendo nombrado socio de la misma a la edad de treinta y dos años, y un año después regresó a Madrid como Capitán de Fragata, transcurridos once años desde su partida para América. Su compañero Ulloa tuvo peor suerte, porque el barco que le transportaba cayó en manos de los Ingleses, pero, reconocida su personalidad, fue objeto de cortés tratamiento, y después se serle devuelta la documentación que le había sido arrebatada, le nombraron miembro de la Real Sociedad de Ciencias de Londres. Durante estos años de ausencia de España habían fallecido Felipe V y Patiño, y ahora con Fernando VI era ministro de Marina don Zenón de Somodevilla, Marques de la Ensenada, que tenía las mismas ideas claras que su antecesor para crear una verdadera y respetable Marina de Guerra, que pudiera convertir a ESPAÑA árbitro internacional entre Francia e Inglaterra, pero para ello eran necesarias dos cosas importantísimas : contar conjlas bases donde crearla y apoyarla, es decir, los arsenales, y disponer de técnicos adecuadamente preparados que acometieran los programas navales. Decía Ensenada que todo cuanto era necesario para construir y crear las naves se hallaba en España, yren ella debían hacerse, porque no era efectiva ni permanente la Marina que no se forma y es sostenida por la industria nacional, que entonces se encontraba en lamentable decadencia. Finalizada la guerra con Inglaterra con la paz de Aquisgrán, Jorge Juan fue elegido para dirigir la construcción naval,, y como Capitán de Navio a los treinta y cinco años, fue comisionado para dirigirse a Inglaterra con poderes para contratar los constructores, maestros, capataces, contramaestres, etc., que considerase necesarios para potenciar la construcción de buques y las fábricas relacionadas con ella. Igualmente recibió el encargo de dirigir la puesta a punto de los arsenales y de sus obras complementarias, incluyendo fábricas de jarcias y de lonas, de anclas y municiones, de fundiciones de artillería, etc., es decir, le fue confiada, ni más ni menos, la creación de la Marina Militar que España necesitaba y el apoyo para sostenerla. Por si ¡fueran pocos los cometidos que tenía asignados, proyectó la traída de aguas de riego desde la sierra de Alcaraz hasta los campos de Lorca y Totana, pasando luego a las minas de Almadén para estudiar y proyectar el sistema de ventilación ele los gases nocivos, que hicieran más agradable, salubreoy cómodo el trabajo de extracción del mineral, consignando así que se triplicara la producción de las minas. Modificó de forma que podríamos llamar revolucionarla, el método de construcción de buques, reglamentó todo lo referente a ella, y a los treinta y ocho años fue nombrado Capitán de la Compañía de Guardias Marinas y fundó el Real Observatorio Astronómico, que años más tarde sería trasladado a su actual emplazamiento en San Fernando. A instancias del Ministro de MAWft’3» Marqués de la Ensenada, que se lamentaba, y con razón, de la carencia de cartas geográficas de confianza y de tener que recurrir a los mapas imperfectos hechos por Francia y Holanda, por los que había que pagar sumas considerables de dinero, que no permitían que se supiera con precisión la situación de los pueblos y la distancia y dirección que separaban a unos de otros, se levantó el mapa de España bajo,las reglas que proyectaron Jorge Juan y Antonio de Ulloa. A los cuarenta y un años, fue nombrado ministro de la Junta Real de Comercio y Moneda, con el fin de reglamentar el peso y la aleación de las acuñaciones, siendo, por lo tanto, el fundador de la actual Casa de la Moneda. Durante estos años, podríamos decir que en sus ratos libres, que nadie acierta a ver de donde los sacaría, escribe el libro » Compendio de Navegación para uso de los Caballeros Guardias Marinas «, y a los cuarenta y cuatro años, llevado por su espíritu inquieto y emprendedor, crea en Cádiz una especie de Academia de Ciencias : la Asamblea Amistosa Literaria, que como saben muy bien continua existiendo, y de la que es miembro don Manuel Torregrosa, que se reunía semanalmente en Su casa, en donde se leían, comentaban y sometían a crítica los trabajos científicos de la actualidad de entonces, uno de los cuales dió origen a lo que sería después su famosa obra » Examen Marítimo’] A los cuarenta y seis años fue ascendido a Jefe de Escuadra, dedicándose con mayor atención a la construcción de los diques de los arsenales, que fueron utilizados a plena satisfacción durante más de un siglo, continuándose empleando actualmente los construidos en Cartagena como fosas para el atraque de los submarinos. Entre otras cosas, los diques vinieron a solucionar los problemas de limpieza de los fondos de los barcos y facilitaron las reparaciones de su obra viva, que por carecer hasta entonces de ellos, tenían que ser varados en las playas para podor realizar dichos trabajos. Conviene recordar que Jorge Juan construyó en Cartagena los dos primeros diques secos del Mediterráneo, de cuyo éxito se mostraban escépticos Francia e Italia por no haber mareas en sus aguas, y quince años después los construyeron los franceses. A los cincuenta y cuatro años las circunstancias le convierten en diplomaático y es nombrado por el Rey embajador extraordinario en la Corte de Marruecos, a donde viajó llevando como presentes doscientos ochenta y cinco moros y turcos que habían sido vHechos prisioneros. Su embajada duró seis meses largos, con la misión principal de conseguir un tratado de paz donde estuviera prevista la libre navegación de los buques mercantes, la hospitalidad debida a los náufragos, las concesiones de pesca, la entrega de desertores, etc., y^como consecuencia de la firma de este tratado, consiguió la libertad de mil seiscientos españoles que se encontraban cautivos. Terminada esta misión diplomática regresa a Madrid reclamada su presencia por el Rey, para que continuara con sus trabajos de asesoramiento a todasjlas secretarías del Rey Carlos III, lo que hoy llamaríamos ministerios, así como del Consejo Superior, de la Real Academia de San Fernando y diversas sociedades científicas, que le consultaban las cuestiones .más problemáticas o le encomendaban comisiones delicadas de toda especie. Publica entonces su obra » Examen Marítimo Técnico Práctico «, que por su elevada importancia fue traducido al inglés y francés, lo que hizo que se le conociera en toda Europa por el sobrenombre del » Sabio español «, como decimos en el himno a él dedicado, que todos aprendimos y cantamos de pequeños, sin darnos cuenta de las verdades contenidas en su letra. A los cincuenta y siete años fue nombrado por el Rey Director del Real Seminario de Nobles para que dirigiera la formación de la juventud de la nobleza, y el 2 1 de Julio de 1,773 falleció en Madrid a la edad de sesenta años. Fue enterrado en la Iglesia Parroquial de San Martín, con asistencia de todos los oficiales de Marina presentes en Madrid, así como de todo el Seminario de Nobles, y al ser destruida esta Iglesia durante ^a invasión francesa, trasladaron sus restos a la de San Isidro el Real, y de allí, en 1.860, al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, donde reposan actualemente. Sin embargo, parece ser que el Ayuntamiento de Alicante tiene el proyecto de construir un mausoleo donde queden reunidos los restos de todos los alicantinos ilustres, y pretenderé que sean trasladados, una vez más, hasta allí, los de nuestro querido paisano. Sabemos que hasta ahora han llevado eljnombre de Jorge Juan cuatro buques c\e la Armada española, el último de los cuales, destructor de procedencia de la marina de los EEUU, entregado en Barcelona en 1.960, fue desguazado hace pocos años, pero no resulta muy aventurado suponer que no transcurrirá mucho tiempo sin que algún nuevo barco de nuestra flota vuelva a llevar su nombre en el costado, y lo pueda enseñar orgulloso por tocios los mares del mundo. A la vista de lo que llevamos considerado, podríamos caer fácilmente en el error de pensar que para servir a España, nuestra Patria y no país,,porque nuestra nacionalidad es española y no paisana, haría falta ser muy inteligentes y pertenecer a las Fuerzas Armadas, como si éstas tuvieran la exclusiva, el monopolio, para poderlo realizar. Afortunadamente sabemos que ésto no es cierto, aunque no niego que las Fuerzas Armadas son un lugar magnífico para hacerlo, y no digamos cuando lo llevamos a cabo en la Marina de Guerra. Y conste que al hacer esta afirmación no me ciega la pasión, que por otra parte sería disculpable después de haber la ser victo, casi cuarente y cinco años, ni pretendo levantar un banderín de enganche para reclutar vocaciones marineras entre ustedes. No es esa la intención de mis palabras, pero sí la de recordarles que a nuestra querida Patria la podemos y debemos servir todos, sin acepción de personas ni de sexo, midiendo el arco de meridiano, no de ninguna Laponia ni del ecuador, sino del lugar en que nos haya tocado vivir, haciendo la medición a través de la vida ordinaria, en medio de nuestros quehaceres y circunstancias personales, cumpliendo bien los deberes y obligaciones del propio estado, familiares, sociales, profesionales, etc., y en la propia profesión, realizando el trabajo, sea el que fuere, conjtal de que sea honesto, con competencia profesional, es decir, bien hecho, sin chapuzas, con espíritu de servicio a los demás, parque al sevir a los demás estamos sirviendo a España, ya que todos formamos parte importante de ella. Y esto, y no otra cosa, es lo que hizo Jorge Juan a lo largo de su vida, a través de su profesión de Oficial de la Armada, con un espíritu de sacrificio envidiable, con plena disposición y entrega para cumplir inteligentemente su deber y cuanto le ordenaron sus superiores, con afán emprendedor y dispuesto a hacer rematadamente bien cuanto hizo. Sus elevados conocimientos de una amplia panoplia del saber humano hicieron de su vida como un tapiz o un bello mosaico de colores, que fueron reflejo de sus obras, pudiendo decir, sin temor a equivocarnos, que las múltiples y variadas cualidades que adornaron la persona del «sabio español», raramente, por no decir jamás, se ha visto que concurrieran en otra persona, pues a las de su elevada competencia profesional como Oficial de Marina, hay que añadir las de astrónomo, geógrafo, geodesta, ingeniero naval, de minas, agrícola, científico puro, diplomático y director de dos centros de enseñanza de primera magnitud : la Real Compañía de Guardias Marinas y el Real Seminario de Nobles, siendo al mismo tiempo unlviajero infatigable y autor de unas veinte obras, algunas de las cuales fueron publicadas después de su muerte. Si extraordinaria fue la lección que nos dió con su vida, el hecho resulta todavía más meritorio al conocer su forma de ser : de carácter apacible, austero, de acusada sobriedad, sufrido en el esfuerzo y en la contradicción, trabajador competente e infatigable, a pesar de no andar muy sobrado de salud en sus últimos años, en los que llegó a tener paralizadas las manos, y de probada rectitud de intención al hacer las cosas, buscando siempre y en todo prestar el mejor servicio a España. Y hecha esta resumida semblanza de la vida de nuestro marino, voy a terminar mis palabras, no sin antes agradecerles, una vez más, su presencia aquí esta noche, su paciente atención, como también haber evitado que me ocurriera lo que me contaba un gran amigo que solía hablar frecuentemente en público. Decía mi amigo, avezado en estos menesteres, que lo único que le ponía nervioso durante sus charlas era ver a los oyentes consultar su reloj mientras les hablaba, porque era una forma descarada de manifestarle que se estaban aburriendo. Pero lo que ya le sacaba verdaderamente de quicio era observar cuando, no contentos con mirar el reloj, se lo llevaban al oido para comprobar que no se les había parado. Afortunadamente, tal como yo esperaba, ustedes no se han portado asi conmigo, aunque hayan tenido sobrados motivos para hacerlo, y si han consultado su reloj, lo han hecho con tanta discreción y delicadeza que no me he dado cuenta de ello, cosa que les tengo que agradecer con toda el alma. En cualquier caso, muchísimas gracias por todo y hasta siempre. |